Práctica Docente III

En el marco de la práctica docente III , hemos realizado encuentros de reflexión entre alumnas practicantes, docentes orientadoras y profesora de práctica. El objetivo general de estos talleres fue revisar conflictos, tensiones, fortalezas y debilidades del proceso de práctica.
Los temas sobre los que se hablaron fueron los siguientes:
  • Rol de las alumnas practicantes en esta primera etapa.
  • Rol de las docentes orientadoras.
  • Expectativas de las alumnas y de las docentes orientadoras.
  • Concepciones sobre la práctica docente. 





 Investigar nuestra práctica docente: utilidad del diario de campo
Por Fernando Vásquez Rodríguez  

DIGAMOS PARA EMPEZAR QUE nuestra profesión se renueva esencialmente investigándola. Aunque los cursos de actualización docente pueden en algo nutrirla o animarla, lo cierto es que sólo cuan-do en verdad nos enfocamos a des-entrañar sus redes de actuación, sólo ahí comienza un genuino proceso de transformación y cambio. Mientras que no sometamos nuestro quehacer de maestros a una pesquisa y sospe-cha investigativas, hasta que no nos dejemos conmover o desestabilizar por alguna pregunta o algún proble-ma relacionado con la docencia, el aprendizaje, la formación o la didác-tica, sólo hasta entonces cobraremos conciencia y entraremos a reformular o replantearnos lo que hacemos coti-dianamente. Precisamente, el diario de campo es un dispositivo estratégico para re-gistrar y al mismo tiempo reflexionar sobre la propia práctica docente. El diario es esa escritura que llevamos al aula, bien cuando nos autoinves-tigamos o cuando indagamos sobre algún colega, y que al momento de plasmar lo que hicimos o lo que vi-mos, al instante de escribirlo, entra-mos en una dinámica reconstructiva, en un estado para el reconocimiento. Porque una cosa es "dictar la clase", "hacer un taller" y, otra bien distinta, recordar y poner en el papel aquello  que se hizo o se observó. En ese interregno pasan una infinidad de cosas y todas ellas generadas por la toma de distancia propia de la escritura. Una de esas cosas es el asombro. Al escribir un hecho o una acción observada caemos en la cuenta de su justa valía, nos maravillamos o nos decepcionamos de ella, nos admiramos por su organización o sentimos el peso de la falta de norte. La escritura, al llevarse al diario, se convierte es un especie de espejo para nuestro mismo quehacer educativo. Nos devuelve a los ojos, en cámara lenta, lo que por el inmediatismo y el agite de todos los días, no alcanzamos a mirar o dejamos perder sin darnos cuenta.
Pero hay más: sabemos que los mejores diarios de campo no son únicamente un espacio para el registro escueto, sino un lugar para reflexionar sobre eso mismo que consignamos. Por ende, la escritura convoca a la reflexión. Para decirlo en una imagen, la reflexión es una especie de aserrín que va produciendo la escritura en la misma medida en que avanza reconstruyendo una actividad o reordenando un proceso. Con esas virutas o moronas, la escritura catapulta o impulsa la comprensión de los hechos, el alcance de una propuesta educativa. Hay una simbiosis interesante entre escritura y reflexión, cuando de investigar se trata: la primera alimenta a la segunda y ésta, a su vez, cuando se vuelve sistemática, dinamiza a la primera. La mediación de la escritura impulsa a pensar mejor; la reflexión continuada, reclama la concreción en una escritura. Y allí, en el diario de campo, puede verse ese juego de mutua imantación, de recíproca influencia: la página derecha gobernada por la escritura que reconstruye y reedifica; la página izquierda regida por la escritura que saca provecho de esa obra en construcción, de esas grafías y esos signos, para levantar un edificio radicalmente nuevo, una obra no de piedra documental sino de esa sustancia incorpórea que llamamos razonamiento.
Concluyamos: si no dejamos entrar la investigación a nuestra clase o a nuestra institución educativa seguiremos pensando que todo lo que hacemos está muy bien o que los problemas educativos dependen totalmente de factores externos, de situaciones ajenas al actuar de nosotros mismos. Y el diario de campo puede ser una mediación extraordinaria para registrar lo que hacemos, a la vez que un dispositivo potente para tomar una distancia reflexiva y buscar con ello comprender o mejorar nuestra tarea cotidiana de maestros.

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